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sábado, 28 de enero de 2012

Tingirl

DORITA: ¡Ahora estás perfecto!
HOMBRE DE HOJALATA: ¿Perfecto? 
Golpea mi pecho si crees que estoy 
perfecto...  ¡Vamos, golpéalo!
Dorita golpea: ¡cloc, cloc, cloc!
ESPANTAPÁJAROS: ¡Increíble!
¡Vaya eco!
HOMBRE DE HOJALATA: Está vacío.
El herrero olvidó darme un corazón.
enlace: [versión original]
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Estudió duro desde muy joven, siempre se le oía decir "de mayor seré el mejor médico del mundo", cuando sus amigos aún hablaban de ser astronautas o futbolistas. Cuando yo le conocí, era ya un buen cirujano. Cambió mi roto y frágil corazón de tejidos blandos por un nuevo miocardio metálico, todo un trabajo de ingeniería. Aún recuerdo el sudor bajando desde su frente por las mejillas, y el silbar de las tijeras y los destornilladores. Gracias a él, ahora ando impasible por el mundo, con mi duro y frío corazón de hierro. Si golpeas mi pecho, oirás un sonido seco, como el de una vieja caja de latón. Él, sin duda, era el mejor médico del mundo; yo, como agradecimiento, le di mi corazón viejo, aquél rojo y tierno, que guardó en formol junto a muchos otros durante un largo tiempo.


«Dices que tienes corazón, y sólo
lo dices porque sientes sus latidos;
eso no es corazón..., es una máquina
que al compás que se mueve hace ruido.»

Bécquer.

viernes, 20 de enero de 2012

En algún lugar del mundo...

Desde pequeñas habían estado juntas. Habían compartido puré -aunque de esto no se acordaban- por las tardes en el parque, se habían bañado desnudas con una manguera y se habían columpiado juntas. Se habían peleado por muñecas, y habían ido hasta la escuela dadas de la mano. Se habían enfadado y se habían echado de menos. Ahora tenían quince años, y estaban sentadas en aquel parque, mirando fotos de la playa y de sus cumpleaños pasados. Era pleno agosto.
-Eh, ahí estabas llorando porque te había roto el castillo sin querer. Ya entonces eras una quejica -se rió.
-¿Sí? -y se rió también. Abrazó a la otra, y ésta le hizo una pedorreta en la cara -. ¡Ayyy!
-¿Ves como eres una quejica? -y volvieron a reírse.
Se despeinaron el pelo y se pusieron caras raras, mientras seguían riéndose.
-Eres bobísima.
-¿Te crees guay, eh?
-¡Y además horrible!
-Oh, vaya, ¿en serio? ¡Tunante!
Se rieron.
-Te quiero.
-Y yo.
Se besaron, sólo ellas podían entender sus besos, su amor y sus caricias. Puede que hasta todos los besos, amores y caricias del mundo.

domingo, 15 de enero de 2012

Era como una noche verano, pero algo más fresca.

―Te voy a llevar hasta las estrellas ―le susurró en el oído. Atravesaron el campo y las montañas, en aquel seat destartalado que él había heredado de su tío. En un descampado solitario se tumbaron. Con un poco de vergüenza, la abrazó. Ella le miraba fijamente, sonriendo, y él apartaba la vista, sonrojado. No podía sostener aquella mirada tan profunda. Mientras cantaban versos que alguna vez alguien lloró, y el frió y la alegría les hacían temblar, una estrella fugaz pasó de largo.
―Corre, pide un deseo ―dijo ella. Cerraron los ojos.
―¿Qué has pedido? ―le preguntó él segundos más tarde.
―Si te lo digo no se cumple ―rió ella. Él también sonrió, y se abalanzó a su boca. Ella rodeó su cuello con sus brazos. "Vaya," pensaron ambos entonces, "nunca imaginé que los deseos de las estrellas fugaces se cumplieran de verdad".

Muy lejos de allí, en algún bar sin nombre, alguien perdía su vista en una copa de bourbon. El lugar estaba más vacío que el tintero de un poeta, sólo un camarero completaba la escena. Estaba amaneciendo, y no había cerrado por pena. Ella sacudía suavemente la copa, casi llena, y miraba su reflejo, que daba vueltas en el líquido. Su corazón, casi más vacío que aquel bar; el camarero, limpiando la barra, la observaba. Había visto tantas escenas como aquella...