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lunes, 27 de mayo de 2019

A MON PEGASE

Dios vehemente de una raza de acero,
¡Automóvil ebrio de espacio
que pataleas de angustia, con el freno en los dientes estridentes!
Oh formidable monstruo japonés de ojos de forja,
alimentado de llama y de aceites minerales,
hambriento de horizontes y de presas siderales,
desato tu corazón en taf-tafs diabólicos,
y tus gigantes neumáticos, para la danza
que conduces por las blancas carreteras del mundo.
Suelto por fin tus bridas metálicas... ¡Te elevas,
con embriaguez, en el Infinito liberador!...
Al estruendo de los ladridos de tu voz...
he aquí que el Sol poniente sigue
tu paso veloz, acelerando su palpitación
sanguinolenta al ras del horizonte...
Él galopa allá, al fondo de los bosques... ¡mira!...

¿Qué importa, bello demonio?...
Estoy a tu merced... ¡Tómame!
¡Sobre la tierra ensordecida a pesar de todos sus ecos,
bajo el cielo cegado a pesar de sus astros de oro,
voy exasperando mi fiebre y mi deseo
a golpes de puñal en pleno rostro!...
Y de instante en instante, me incorporo
para sentir en mi cuello que se estremece
enroscarse los brazos frescos y aterciopelados del viento.

¡Son tus brazos seductores y lejanos quienes me atraen!
este viento, es tu aliento devorador,
¡insondable Infinito que me absorbes con alegría!...
¡Ah! ¡Ah!... los molinos negros, desgarbados,
dan de pronto la impresión de correr
sobre sus aspas de tela emballenada
como sobre unas piernas desmesuradas...

He aquí que las montañas se aprestan a lanzar
sobre mi fuga mantos de frescor somnoliento...
¡Allí! ¡Allí! ¡Mirad! ¡En ese giro siniestro!...
¡Montañas, oh ganado monstruoso, oh Mamuts
que trotáis pesadamente, arqueando los lomos inmensos,
he aquí superados... ahogados...
en la madeja de las brumas!...
Y oigo vagamente
el estruendo ronroneante que aplastan en las carreteras
vuestras piernas colosales de botas de siete leguas...

¡Montañas en los frescos mantos del cielo!...
¡Bellos ríos que respiráis al claro de luna!...
¡Llanuras tenebrosas! Os supero al gran galope
de este monstruo enloquecido... Estrellas, mis Estrellas,
¿oís sus pasos, el estruendo de los ladridos
y sus pulmones de bronce desplomándose interminablemente?
¡Acepto el desafío... con Vosotras, mis Estrellas!...
¡Más deprisa!... ¡todavía más deprisa!
¡Y sin tregua, y sin reposo!...
¡Soltad los frenos!... ¿No podéis?
¡Rompedlos entonces!
¡Que el pulso del motor centuplique sus impulsos!

¡Hurra! ¡No más contacto con la tierra inmunda!...
¡Al fin me libero y vuelo elásticamente
por la embriagadora plenitud
de los Astros que rebosan en el gran lecho del cielo!

F. T. Marinetti, Canción del automóvil (traducción personal)