Sus ojos prendieron con el alcohol, como la paja hace con la chispa causada por el sol. En ese instante de dolor, Chris se acordó de una bruja ahogándose entre los humos de una hoguera ardiente. Al morir sus ojos de azabache también moriría su tortura, pensó. Ese dolor amargo causado por quienes prometían haberse enamorado de unos ojos que, según decían, parecían brillar por sí solos; esos lamentos eternos provocados por aquéllos que jugaron a los dardos con su corazón blando, mientras juraban amor eterno a aquélla que poseía dos candelas en la cara. De ahora en adelante sí que tendría ojos de fuego, pensó con amargura.
Nunca Chris había sentido algo tan desagradable como aquel fuego abrasador, pero éste tan sólo tardó unos segundos en lamer con sus lenguas ígneas todos los rincones de su mirada. Sus pupilas candentes se apagaron para siempre... no volverían a lucir en el universo dos estrellas como aquéllas.
Me he quedado sin palabras. Te deja una sensación extraña, entre liberación y opresión, entre luz y sombra...
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