Yo le veía cada día buscando por los cajones y revolviendo toda su habitación. Decía que buscaba su chaqueta. Miraba con afán detrás de las puertas y debajo de los armarios, levantaba baldosas sueltas y movía cada mueble. Un día me dio por decirle que la llevaba puesta. Él miro la sudadera que llevaba y sacudió la cabeza.
-No, ésta no. Yo tenía otra, la recuerdo. Cuando era pequeño. Pero no la encuentro.
Y seguía buscando y sacando ropa vieja. Yo me tumbaba en la cama a observarle. A veces se frustraba y rompía a llorar sentado en el suelo. Decía que la que llevaba puesta no era la suya realmente, y que encontraría su antigua chaqueta.
No sabía aún que jamás encontraría aquella chaqueta misteriosa. Sólo tenía la que llevaba puesta, de hecho, era la que había llevado siempre.