―Te voy a llevar hasta las estrellas ―le susurró en el oído. Atravesaron el campo y las montañas, en aquel seat destartalado que él había heredado de su tío. En un descampado solitario se tumbaron. Con un poco de vergüenza, la abrazó. Ella le miraba fijamente, sonriendo, y él apartaba la vista, sonrojado. No podía sostener aquella mirada tan profunda. Mientras cantaban versos que alguna vez alguien lloró, y el frió y la alegría les hacían temblar, una estrella fugaz pasó de largo.
―Corre, pide un deseo ―dijo ella. Cerraron los ojos.
―¿Qué has pedido? ―le preguntó él segundos más tarde.
―Si te lo digo no se cumple ―rió ella. Él también sonrió, y se abalanzó a su boca. Ella rodeó su cuello con sus brazos. "Vaya," pensaron ambos entonces, "nunca imaginé que los deseos de las estrellas fugaces se cumplieran de verdad".
Muy lejos de allí, en algún bar sin nombre, alguien perdía su vista en una copa de bourbon. El lugar estaba más vacío que el tintero de un poeta, sólo un camarero completaba la escena. Estaba amaneciendo, y no había cerrado por pena. Ella sacudía suavemente la copa, casi llena, y miraba su reflejo, que daba vueltas en el líquido. Su corazón, casi más vacío que aquel bar; el camarero, limpiando la barra, la observaba. Había visto tantas escenas como aquella...
―Corre, pide un deseo ―dijo ella. Cerraron los ojos.
―¿Qué has pedido? ―le preguntó él segundos más tarde.
―Si te lo digo no se cumple ―rió ella. Él también sonrió, y se abalanzó a su boca. Ella rodeó su cuello con sus brazos. "Vaya," pensaron ambos entonces, "nunca imaginé que los deseos de las estrellas fugaces se cumplieran de verdad".
Muy lejos de allí, en algún bar sin nombre, alguien perdía su vista en una copa de bourbon. El lugar estaba más vacío que el tintero de un poeta, sólo un camarero completaba la escena. Estaba amaneciendo, y no había cerrado por pena. Ella sacudía suavemente la copa, casi llena, y miraba su reflejo, que daba vueltas en el líquido. Su corazón, casi más vacío que aquel bar; el camarero, limpiando la barra, la observaba. Había visto tantas escenas como aquella...
Y no puedo evitar preguntarme con quién te has identificado tú cuando escribías... Puede que seas la chica soñadora con estrellas fugaces en los ojos y en el alma o puede que seas Ella, melancólica y vacía... Sea cual sea la respuesta, creo que alguien tiene que susurrarle a Ella muy cerca, al oído, que los corazones vacíos son los que más fácilmente se llenan de alegría, que son el mejor regalo para los chicos guapos que rebosan sonrisas, para aquellos con tanta dulzura como para mover la luna, porque a todos desbordan y saturan.. a todos, menos a Ella (que tiene hueco y está vacía).
ResponderEliminar